Terror !
Oscuridad
Este fue un momento muy extraño en mi vida, un día caminaba por la calle y luego note a mis espaldas una enorme mansión que parecía abandonada.Entonces se me ocurrió visitarla en la noche, entre y no paso nada emocionante fue tal el aburrimiento que decidí irme, fue entonces que los focos de la entrada principal estallaron, pensé que por ser una vieja casa tendría este tipo de problemas, escucho un horrible llanto y, al voltear, veo bajar a una cosa que parece una mujer retorcida que quería jalarme a la parte mas oscura de la casa, mi miedo era tal que me aleje y salí por la ventana.Luego me entero que esa casa estaba maldita por que en la noche cuando esta todo oscuro se aparece esta cosa, que solo busca llevarse a la gente a las sombras para robarles sus almas.
La noche de los muertos
- ¿Podría dejar de hacer ese horrible ruido? - dijo la Tía Perla
casi escupiendo la torta frita que devoraba ferozmente.
- Es que tengo un ortodoncia recien hecha - contestó avergonzada la Abuela Petrona enseñando los premolares.
- Si, bueno. Pero eso no es escusa para andar haciendo esos asqueroso ruidos. Después de todo yo no tengo la culpa de sus malformaciones - replicó la Tía Perla, para después seguir engullendo tortas.
- Es que el café está muy caliente - siguió escusándose la Abuela Petrona.
- No le haga caso abuela - intervino la Tota que escuchaba como por descuido la conversación - Venga que ya nos vamos.
La Tota acompañó a la Abuela hasta el extremo de la habitación, donde estaba ubicado el ataud del Abuelo Rogelio, no con demasiada facilidad, porque ya a esa hora de la noche el baile era casi tan alegre como frenético. Los parientes del difunto bailaban con los de la viuda, pero ellos no lo hacían con los anteriores, sino que preferían hacerlo entre ellos porque era una familia muy cerrada, y eso dificultaba las cosas para los parientes del difunto y para el paso de la Tota y la Abuela Petrona, que se metieron en el baile un ratito para no quedar como unas aburridas.
A toda esta parentela se sumaban también los amigotes de las nietas del Abuelo Rogelio, que se acomodaban a un lado de los bailarines discutiendo cual de las tías tenía las tetas más grandes, tratando de sobornar a los mozos para obtener algún beneficio alcohólico y retandose mutuamente para ver quien se animaba a tocarle el culo a alguna de las tías.
Finalmente, después de unos quince minutos, la Tota y la Abuela Petrona lograron atravezar el tumulto danzante, llegando hasta donde se encontraba el ataúd del Abuelo Rogelio. Junto a él: La Viuda; hirguiéndose con gesto solemne intentando esconder la emoción. La Abuela Petrona después de intercambiar algunas palabras con La Viuda, se abalanzó sobre el cajón dándole un abrazo, para después salir por la puerta principal seguida por la Tota, que aunque muy emocionada, no fué tan efuciba, sino que se limitó a besar tiernamente la tapa del cajón.
La Tía Perla seguió con la mirada a las dos ancianas desde su asiento hasta que se perdieron de vista, reanudando su ataque gastronómico contra los pastelitos rellenos.
La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, las serpentinas cubrían por completo el suelo, la música estuvo bárbara, hubo espuma y hacia el final se repartieron gorritos, pitos y matracas, que las viejas hacían sonar alegremente al compás de la Bailanta. Tampoco faltó a la fiesta el coro de borrachines entonando una murgita y alguna que otra inolvidable retirada.
Por supuesto que el Abuelo Rogelio no se mantuvo al margen del festjo, pues fue arrojado por los aires, junto con su cajón, ochenta y siete veces, a pesar de las negativas de la viuda que afirmaba que el abuelo no resistiría tanto ajetreo.
No quiero olvidarme de la torta, que sin duda fué el momento más emotivo de la noche, porque el Abuelo Rogelio, que se había quedado acostado toda la fiesta, se levantó un ratito para dar gracias a todos por haber asistido, dejarse sacar fotos con los concurrentes y después escapándosele alguna lagrimita se volvió a acostar para seguir descansando.
- Es que tengo un ortodoncia recien hecha - contestó avergonzada la Abuela Petrona enseñando los premolares.
- Si, bueno. Pero eso no es escusa para andar haciendo esos asqueroso ruidos. Después de todo yo no tengo la culpa de sus malformaciones - replicó la Tía Perla, para después seguir engullendo tortas.
- Es que el café está muy caliente - siguió escusándose la Abuela Petrona.
- No le haga caso abuela - intervino la Tota que escuchaba como por descuido la conversación - Venga que ya nos vamos.
La Tota acompañó a la Abuela hasta el extremo de la habitación, donde estaba ubicado el ataud del Abuelo Rogelio, no con demasiada facilidad, porque ya a esa hora de la noche el baile era casi tan alegre como frenético. Los parientes del difunto bailaban con los de la viuda, pero ellos no lo hacían con los anteriores, sino que preferían hacerlo entre ellos porque era una familia muy cerrada, y eso dificultaba las cosas para los parientes del difunto y para el paso de la Tota y la Abuela Petrona, que se metieron en el baile un ratito para no quedar como unas aburridas.
A toda esta parentela se sumaban también los amigotes de las nietas del Abuelo Rogelio, que se acomodaban a un lado de los bailarines discutiendo cual de las tías tenía las tetas más grandes, tratando de sobornar a los mozos para obtener algún beneficio alcohólico y retandose mutuamente para ver quien se animaba a tocarle el culo a alguna de las tías.
Finalmente, después de unos quince minutos, la Tota y la Abuela Petrona lograron atravezar el tumulto danzante, llegando hasta donde se encontraba el ataúd del Abuelo Rogelio. Junto a él: La Viuda; hirguiéndose con gesto solemne intentando esconder la emoción. La Abuela Petrona después de intercambiar algunas palabras con La Viuda, se abalanzó sobre el cajón dándole un abrazo, para después salir por la puerta principal seguida por la Tota, que aunque muy emocionada, no fué tan efuciba, sino que se limitó a besar tiernamente la tapa del cajón.
La Tía Perla seguió con la mirada a las dos ancianas desde su asiento hasta que se perdieron de vista, reanudando su ataque gastronómico contra los pastelitos rellenos.
La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, las serpentinas cubrían por completo el suelo, la música estuvo bárbara, hubo espuma y hacia el final se repartieron gorritos, pitos y matracas, que las viejas hacían sonar alegremente al compás de la Bailanta. Tampoco faltó a la fiesta el coro de borrachines entonando una murgita y alguna que otra inolvidable retirada.
Por supuesto que el Abuelo Rogelio no se mantuvo al margen del festjo, pues fue arrojado por los aires, junto con su cajón, ochenta y siete veces, a pesar de las negativas de la viuda que afirmaba que el abuelo no resistiría tanto ajetreo.
No quiero olvidarme de la torta, que sin duda fué el momento más emotivo de la noche, porque el Abuelo Rogelio, que se había quedado acostado toda la fiesta, se levantó un ratito para dar gracias a todos por haber asistido, dejarse sacar fotos con los concurrentes y después escapándosele alguna lagrimita se volvió a acostar para seguir descansando.
Suerte que no encendiste la luz
Una chica llega a altas horas de la noche a la residencia de
estudiantes donde vive, se ha quedado hasta tarde con unas amigas y cuando llega
a dormir son más de las tres.
Entra en la habitación tratando de no hacer ruido para no despertar a su compañera de cuarto, tampoco enciende la luz para no molestarla por lo que tiene que avanzar a oscuras empleando solo la luz de tu teléfono móvil para no golpearse con los muebles.
Cuando se mete en la cama empieza a oír unos quejidos ahogados, la chica se queda en silencio para escuchar mejor. El sonido es como pequeños grititos ahogados o quejidos sin fuerza. Se imagina que su compañera se habrá traído a su novio al cuarto y estarán teniendo una noche apasionada, le sorprende que no colgara una prenda de ropa en la puerta como acostumbran a hacer como señal de que tienen “visitas”. Pero está demasiado cansada para levantarse y buscar otro sitio donde dormir. Sin darse cuenta cae en un profundo sueño entre lamentos y quejidos.
A la mañana siguiente se despierta sintiendo una humedad en su cama, aún medio dormida lleva su mano al líquido que empapa la manta y pega un salto tras comprobar que es sangre. Sobre su colcha la cabeza cortada de su amiga con un pañuelo en la boca que le sirvió de mordaza la noche pasada.
La habitación parece un matadero, todo está ensangrentado y en la pared escrito con la sangre de su amiga se podía leer:
“Suerte que no encendiste la luz”
Al llegar el forense dictaminó que la chica llevaba pocas horas muerta, al parecer el asesino la había estado torturando toda la noche a escasos metros de la cama donde descansaba. Los quejidos eran gritos de dolor que quedaban ahogados por la mordaza mientras el psicópata despellejaba y mutilaba viva a la víctima. Sin saberlo la chica había salvado su vida al no encender la luz y sorprender al asesino en mitad del crimen.
Entra en la habitación tratando de no hacer ruido para no despertar a su compañera de cuarto, tampoco enciende la luz para no molestarla por lo que tiene que avanzar a oscuras empleando solo la luz de tu teléfono móvil para no golpearse con los muebles.
Cuando se mete en la cama empieza a oír unos quejidos ahogados, la chica se queda en silencio para escuchar mejor. El sonido es como pequeños grititos ahogados o quejidos sin fuerza. Se imagina que su compañera se habrá traído a su novio al cuarto y estarán teniendo una noche apasionada, le sorprende que no colgara una prenda de ropa en la puerta como acostumbran a hacer como señal de que tienen “visitas”. Pero está demasiado cansada para levantarse y buscar otro sitio donde dormir. Sin darse cuenta cae en un profundo sueño entre lamentos y quejidos.
A la mañana siguiente se despierta sintiendo una humedad en su cama, aún medio dormida lleva su mano al líquido que empapa la manta y pega un salto tras comprobar que es sangre. Sobre su colcha la cabeza cortada de su amiga con un pañuelo en la boca que le sirvió de mordaza la noche pasada.
La habitación parece un matadero, todo está ensangrentado y en la pared escrito con la sangre de su amiga se podía leer:
“Suerte que no encendiste la luz”
Al llegar el forense dictaminó que la chica llevaba pocas horas muerta, al parecer el asesino la había estado torturando toda la noche a escasos metros de la cama donde descansaba. Los quejidos eran gritos de dolor que quedaban ahogados por la mordaza mientras el psicópata despellejaba y mutilaba viva a la víctima. Sin saberlo la chica había salvado su vida al no encender la luz y sorprender al asesino en mitad del crimen.
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